Para ello es clave, generar estrategias inclusivas, sobre la base del reconocimiento del otro, no sólo desde los adultos hacia los niños, niñas y adolescentes, sino que también, desde los equipos profesionales hacia las familias con quienes se interviene. Recién allí, podemos empezar una intervención éticamente responsable, que genere condiciones de diálogo e intercambio tendientes al desarrollo de aprendizajes significativos para todos los actores involucrados en el proceso.
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